DICHOS, REFRANES, PROVERBIOS…
ATENCIÓN A LO QUE DECIMOS A LOS DEMÁS, A LO QUE NOS DICEN ELLOS
Y A LO QUE NOS DECIMOS A NOSOTROS MISMOS.
Enero 2014
Durante una sesión de Coaching, una persona me dijo: “piensa mal y acertarás”. Esto me hizo pensar…
Lo primero que se me ocurrió decirle fue: “No veo tan claro que por pensar mal vayas a acertar. Lo único que está claro si piensas mal, es que eres un malpensado”.
Dije esto de una forma intuitiva, para hacerle ver que no siempre imaginar lo peor nos lleva a acertar. Incluso puede llevar a enfocarnos excesivamente en el aspecto negativo de la cuestión. Y ya se sabe que nuestro subconsciente se esfuerza en conseguir aquello sobre lo que nos enfocamos intensamente.
Cuando acabé la sesión, reflexioné sobre estos dichos populares, a los que se les atribuye normalmente una gran carga de sabiduría. Pero también pueden convertirse en unos “mantras” que nos introducen una serie de creencias limitantes que actúan o actuarán en contra nuestra. Atribuir por defecto una presunción de veracidad a todos los dichos populares es demasiado aventurado. Algunos son auténticas perlas de sabiduría pero otros pueden ser un caballo de Troya que nos induce a tener una determinada visión del mundo, normalmente en beneficio de otros y en detrimento de los que los han aceptado sin reservas. Voy a reflexionar sobre estos últimos.
“Ojos que no ven… corazón que no siente”. “Ojos que no ven… ¡tortazo que te pegas!”, diría yo. Ignorar los problemas o mirar para otro lado raramente ayuda a resolverlos. Se trata de un caso de auténtica irresponsabilidad.
“El trabajo dignifica”. Cuando pienso en la explotación del hombre por el hombre no veo cómo. Supongo que se referirá a un trabajo “digno”. “El trabajo digno, dignifica”. Esto sí. Y además añadiría: “Dignifica al empleado y al empleador”.
“Más vale pájaro en mano que ciento volando”. Se trata de una auténtica inducción al conformismo. Nos hace creer que hemos de elegir entre uno o cien. ¿Por qué no entre uno y dos? ¿o entre uno y veinte? ¿o cincuenta? ¿o mil? ¿Y entre uno y un millón? A veces hay que arriesgarse. Después la envidia les corroe cuando alguien se arriesga y gana…
“La letra con sangre entra”. Me parece brutal y despiadado. Uno de los recuerdos de mi infancia en la escuela es el de un profesor que tenía esta frase escrita en una regla de madera que utilizaba para golpear las manos, o los dedos, o cualquier otra parte del cuerpo de los alumnos que no estaban a la altura de sus expectativas sobre saberse la lección o cualquier otro conocimiento. No sé si entra o no la letra con sangre… Sí sé que como mejor entra es con amor, con afecto y despertando en el niño la pasión por conocer, la curiosidad y el deseo de crecer como persona.
“No hay gloria (o beneficio) sin sacrificio”, o “no pain, no gain” (versión anglófona). Falso. Se pueden obtener grandes beneficios y grandes satisfacciones disfrutando enormemente con lo que haces. Además, la satisfacción que produce la realización de una actividad suele ser requisito imprescindible para alcanzar la excelencia.
“Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. Vale. Pero entre una mona y una mona vestida de seda, ¿con cuál te quedarías? Siempre podemos y debemos aspirar a mejorar y a presentar la mejor versión posible de nosotros mismos.
“El hábito no hace al monje”. Esta me encanta. Reflexionando, descubrí que “hábito” puede referirse a la prenda de vestir que lleva el monje, y por lo tanto el sentido de la frase sería que los cambios superficiales no son los importantes. Aunque a veces, se empieza con cambios pequeños y superficiales que pueden abrir el camino a otros más profundos. Pero incluso aceptando este primer significado, hay otro más importante, sobre el que ya hice otro artículo. Si por “hábito” entendemos la conducta repetida hasta que forma parte de nuestra manera natural de hacer las cosas, el sentido de la frase cambia radicalmente. En este caso, por supuesto que el hábito hace al monje. Al monje lo hacen los hábitos. Levántate a la hora en que lo hace un monje, reza cómo y cuando lo hace un monje, compórtate como lo haría un monje, y… ¿en qué te habrás convertido? Exactamente. En un monje.
No voy a hacer un análisis exhaustivo de los dichos populares que encierran creencias limitantes. Lo interesante es descubrir por uno mismo qué puede haber de limitante en las frases que utilizamos con más frecuencia. Reflexionar sobre ello ya tiene en sí mismo un efecto terapéutico. Simplemente quiero acabar este artículo indicando que, como en el último ejemplo, el del monje, muchos refranes admiten varias interpretaciones. Quiero animaros a plantear los diferentes sentidos de los mismos, y cuáles nos sirven y cuáles no.
En el fondo, actuamos en función de nuestras creencias, y estas pueden ser de dos tipos: potenciadoras o limitadoras. Los dichos que nos instalan creencias potenciadoras son útiles. Las creencias limitadoras hay que sustituirlas por otras que sean potenciadoras. Así de sencillo. Aunque sencillo no sea siempre un sinónimo de fácil.
Ricardo López.